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Henry Trujillo |
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Rodrigo Clavijo Forcade
ASPECTOS BÁSICOS DE LA NARRATIVA DE HENRY TRUJILLO:
Según el propio Trujillo, la elección estética empleada en sus obras –que retoman elementos característicos de la novela policial– se debe a su incapacidad para utilizar recursos narrativos más complejos: «...Es un formato sencillo para alguien que no domina mucho el tema. Tiene una estructura lineal. La historia se va armando a medida que el personaje va haciendo cosas. Siempre hay un enigma que el personaje no descubre o descubre a medias.» Debe destacarse la sinceridad y lucidez de Trujillo al respecto de su propia obra. Sus historias no se desvanecen entre palabras innecesarias ni frases superfluas que distraigan al lector: el lenguaje es sencillo, directo, y capta la atención del receptor desde el comienzo de la lectura. Sabedor de sus limitaciones técnicas, el autor no intenta deslumbrar al público con un manejo prodigioso de técnicas narrativas complejas. El propósito, indudablemente, se logra con creces: el lector se involucra profundamente con la obra que tiene entre sus manos. Las novelas de Henry Trujillo son atrapantes; sin embargo, su narrativa no representa una experiencia estética «sublime». En ciertos aspectos narrativos, el autor incurre en esquematismos que devalúan sus novelas. La construcción psicológica de los personajes, por ejemplo, es superficial, no desarrollándose en su máximo potencial. Este aspecto no es menor: la dimensión psicológica de los personajes representa, habitualmente, uno de los elementos de estudio más interesantes dentro de la novela negra. El autor pierde, pues, la posibilidad de desarrollar el monólogo interno de personajes tan complejos e interesantes como enfermos psiquiátricos, asesinos y demás relegados sociales. En Trujillo, todos los elementos novelísticos parecen querer estar al servicio de la resolución del crimen de turno y del involucramiento del lector, descuidándose otros aspectos centrales de la narración, que no se despliegan como pudieran. Trujillo es un narrador ameno, pero menor.
Su obra representa, sin embargo, la importancia de ser la primera en articular dentro de nuestro país, de manera más o menos estructurada y coherente, el relato policial junto con la historia de horror y misterio. Al respecto, Leonardo de León realizó un comentario interesante que me permito incluir aquí: «Si examinamos el panorama de la literatura uruguaya, no encontraremos precursores sólidos y persistentes en este sub-género fusionado, sólo intentos más netamente policiales: algún cuento de Quiroga emulando a Poe, una novelita fallida de Enrique Amorim, dos obras inhallables firmadas con el seudónimo de Sydney Morgan, un intento folletinesco de Mario Levrero, y los libros de Juan Grompone, Renzo Rosello, Prego Gadea, Daniel Chavarría, Fornaro (los más frecuentadores del género)... y muy poco más. Pero ninguno de los exponentes anteriores ha elaborado una obra perpetua y sostenida en relación a este subgénero de móvil policial al servicio de un intenso misterio como lo hace Henry Trujillo.» Además de Torquator (1993) y El vigilante (1996), que serán estudiadas a continuación, también puede destacarse La persecución (1999). Esta trilogía funda sus bases en una especie de relato policial que exige un profundo involucramiento del lector: es él quien debe cumplir la función de detective, siguiendo una serie de pistas que pueden resultar dudosas e, incluso, falsas. Trujillo otorga los datos de una manera gradual, y la lectura parece convertirse en una especie de puzzle. Lo complejo del asunto reside en que, dicho puzzle, carece de algunas piezas fundamentales para su perfecto armado. Parecería evidente que a Henry Trujillo no le importa en absoluto que en sus novelas todo termine perfectamente aclarado.
Con gran inteligencia Héber Raviolo ha advertido que, a pesar del parentesco con «...la novela policíaco-deductiva, los relatos de Trujillo no caen en su frecuente esquematismo, entre otras razones porque en ellos no existe el personaje del policía o el detective omnisapiente, que como un deus ex machina pasa en limpio todas las intrigas que quedaron rigurosamente al margen del entendimiento del desprevenido y muchas veces estafado lector.» Esto implica, según Raviolo, que el lector es el verdadero protagonista de la intriga: en su capacidad para seguir las pistas que se le otorgan, para analizar las huellas contradictorias que confluyen, para ir y volver incansablemente a lo largo de las páginas ya leídas, puede encontrarse el sentido de la narración. Sin embargo, a pesar de semejante esfuerzo, el receptor puede quedar, en algunos casos, con las manos vacías. Personalmente considero que uno de los mayores méritos de la obra de Henry Trujillo se encuentra, precisamente, en el alto grado de compromiso que exige del lector: sus novelas necesitan, pues, de un receptor sumamente activo.
LA PROBLEMATIZACIÓN DE LA VERDAD EN DOS NOVELAS DE TRUJILLO:
TORQUATOR:
Más allá del gran involucramiento que se exige por parte del lector, las novelas de Trujillo tienen otro punto a favor: la constante problematización de la verdad. Este aspecto es, desde mi humilde opinión, el aporte literario más interesante realizado por el autor. La verdad aparece fragmentada, inacabada e inatrapable: estas mismas características pudieran atribuirse, también, a la segmentación y al relativismo que predominan en el hombre contemporáneo. Si aceptamos las posturas teóricas que plantean el predominio de una época «posmoderna», y la consiguiente caída de los valores característicos de la modernidad clásica, esta problematización de la verdad expuesta por Trujillo cobra un cariz más interesante. Ya no hay verdades universales, aspectos preestablecidos que se adecúen perfectamente a todas las circunstancias del mundo: ya no hay, en definitiva, una verdad positiva. La realidad es, por lo tanto, una construcción continua que, en la gran mayoría de los casos, nunca termina de realizarse completamente.
El propio Trujillo ha expresado en entrevista con Carina Blixen: «...Si tuviera que decir cuál es mi fuente literaria diría que es la tragedia antigua. Me parece que Torquator tiene mucho de Antígona. Traté de plantear una tragedia en el molde de una novela policial. El error que cometí fue tratar de señalar algún culpable: esa fue una concesión a la facilidad. La idea era que el asesino podía ser cualquiera, todos.» Más allá de la importancia de la primera parte de la respuesta, en la que el autor confiesa su agrado por los modelos de la tragedia clásica, en este momento me interesa destacar la segunda parte del planteo de Trujillo. Parecería advertirse la lucidez del autor al respecto del valor literario que posee la problematización de la verdad. Tratar de encontrar un culpable para los crímenes es, en realidad, un facilismo que destruye uno de los pilares literarios de la obra de Trujillo. Si el crimen no se resuelve, si la verdad se problematiza sin dilucidarse, la obra alcanzará un mayor grado de complejidad y de valor artístico.
En Torquator, la problematización de la verdad se desarrolla en varios frentes simultáneos e interrelacionados entre sí. Desde el principio, por ejemplo, se plantea la incertidumbre acerca del nombre Torquator. Es muy posible que mi lectura sea errónea, pero igualmente me arriesgaré a realizar algunas afirmaciones al respecto de la construcción de la trama.
Cuando Alfredo está intercambiando los primeros diálogos con la muchacha que encuentra en el ómnibus, ésta revuelve su bolso buscando algo; finalmente expresa: «Torquator». La intriga continúa una vez que la muchacha comienza a narrar la historia de Yolanda, quien recibe cartas firmadas por ese tal Torquator. Finalmente, cuando la novela culmina, la joven que cuenta la historia llega a su destino y se encuentra con su novio, a quien le comenta que olvidó el perfume que debía traerle... ¿Será posible que, al buscar el perfume mientras hablaba con Alfredo, la muchacha haya dejado escapar el nombre de Torquator al advertir que había olvidado el regalo para su novio? Personalmente, considero que sí.
Pero como se ha expresado anteriormente, los cabos sueltos de la novela están sumamente relacionados, y no puede explicarse uno sin comentar los restantes. La identidad de Torquator es esquiva a lo largo de toda la novela. Si damos por supuesto que Torquator es el novio con el que se encuentra la muchacha luego de su viaje en ómnibus, me atrevería a decir que Torquator es, en realidad, Ernesto, el primo psiquiátrico de Graciela. Durante la novela, Ernesto expresa que está realizando un curso para reparar estufas y artefactos similares. Al final de la obra, cuando la muchacha que narra la historia se encuentra con su novio, éste expresa tener un «tallercito» donde arregla estufas...
Hasta el momento me he referido como «la muchacha que narra la historia» a la chica que dialoga con Alfredo durante el viaje de ómnibus. Este hecho no es casual: la identidad de esta chica también es un misterio a lo largo de la novela. Al comienzo, la muchacha dice llamarse Cecilia, y Alfredo toma este dato como una broma pues él mismo había comentado segundos antes que su hija se llamaba así. Luego, la chica se dispone a contar la historia de Yolanda. Cuando el relato está culminando, descubrimos la obsesión del encargado del edificio por Yolanda, y advertimos que, a pedido suyo, ella cambió su nombre por el de Cecilia. Todo parecería apuntar a que Yolanda, luego de la misteriosa muerte del encargado, huyó utilizando el nombre de Cecilia. Si adherimos a esta postura, los sospechosos del asesinato del encargado del edificio se reducirían notoriamente: Ernesto y Yolanda-Cecilia.
A todo esto se le suma la intriga al respecto del asesinato de la madre de Yolanda-Cecilia. En este caso, no me atrevería a afirmar categóricamente la identidad del homicida. Sin embargo, existen elementos para considerar que el asesino podría ser Ernesto o el encargado del edificio. Personalmente considero que éste es uno de los tantos puntos que, a lo largo de la novela, permanecen oscuros y sin una aparente resolución.
Los propios personajes de las novelas de Trujillo parecen tener conciencia al respecto de esta problematización de la verdad. En un pasaje de Torquator, Yolanda-Cecilia comenta: «Vos sos igual que el policía que vino a casa a investigar. Le buscan significado a todo, pero las cosas son como son y no hay que darles más vueltas». Durante el diálogo, Ernesto responde: «Las cosas no son como son. Son grises, no blancas y negras. Lo que para uno es bueno para otro es malo, lo que es verdad también puede ser mentira. Porque solamente podemos ver una parte de las cosas, y todo lo demás tiene que ser interpretado. ¿Cómo sabés que el mundo existe? No estamos seguros de nada.» El pensamiento de Ernesto encierra, de alguna manera, la concepción básica de Trujillo al respecto de la verdad. Incluso luego, durante el interrogatorio con la policía, Yolanda parece tomar los conceptos planteados anteriormente por Ernesto, expresando: «No está claro [...]. Nada es claro. Todo es gris, nada está en blanco y negro. Es verdad que yo quería que se muriera, pero no la maté. O capaz que la maté en sueños, capaz soñé que se moría y se murió. Como un cuento que leí una vez de un tipo que soñó que mataba un dragón y el dragón se murió en serio, no me acuerdo bien cómo era.» El clímax de esta problematización de la verdad llega, quizá, con las palabras del policía que interroga a Yolanda: «Yo no digo eso. Pero pienso que de repente usted se imaginó todo eso. Mire, hay veces que uno, de tanto pensar en alguna cosa, se termina creyendo que es verdad. Digo, de repente usted se imaginó ese hombre, se imaginó esas cartas, y entonces no nos está mintiendo, nos está diciendo la verdad, pero una verdad que está en su mente. Creo que si usted se sincera, va a ver que es así. Usted no es realmente una asesina, me alcanza con verle la cara para darme cuenta. Pero sí precisa ayuda.» El interrogador, representante por antonomasia de la búsqueda de la verdad objetiva y única, llega a afirmar la existencia de una verdad subjetiva, interna, propia de cada persona, que se encuentra desvinculada de los hechos exteriores que pudieran ocurrir. Este parlamento es un acierto estético de Trujillo.
EL VIGILANTE:
En El vigilante, mientras tanto, la problematización de la verdad surge a partir del macabro hallazgo de un cuerpo seccionado. Aquí el protagonista cumple el rol de chantajista, solicitando dinero a cambio de no informar a la policía sobre su descubrimiento. Sin embargo, el vigilante cambia de rol cuando de chantajista pasa a ser chantajeado: un individuo de identidad desconocida descubre que el vigilante Villanueva también ha asesinado y enterrado a una mujer. Teniendo en cuenta lo anterior se podría afirmar que la novela posee, de algún modo, una estructura circular.
En esta obra, la problematización no incluye solamente la incertidumbre al respecto de la identidad de los personajes vivos, sino que también las dudas proliferan sobre la identificación del cadáver hallado por Villanueva al comienzo de la novela. La obra posee el acierto de derribar, en sus momentos finales, todas las hipótesis que el vigilante había realizado a lo largo de la trama. Este personaje rompe, pues, con el rol detectivesco de la novela policial clásica: todas sus teorías anteriormente esbozadas se pierden como arena entre sus manos.
Para comprender el problema que representa el descubrimiento de la verdad en esta novela, resulta imprescindible realizar una glosa de sus contenidos principales. La historia se desarrolla hasta el final a través de hipótesis que vinculan a Antonio, el dueño de una casa importadora, con el cadáver femenino descubierto por el vigilante. Villanueva construye sus hipótesis considerando a Antonio como el asesino, luego de investigar al respecto del Chevette blanco que deambulara las inmediaciones de la fábrica abandonada que custodia el vigilante. Con el intento de chantaje de Villanueva entra en escena el personaje de Rossana, supuesta hija de Antonio. Posteriormente, el nombre de una tal Natalia, amiga íntima de Rossana y amante de Antonio, comienza a rondar por la novela. El vigilante, pues, llega a la conclusión de que el cuerpo hallado es el de Natalia. La obra continúa dándose por supuesto que el cuerpo es de Natalia, hasta que Rossana expresa que la madre de Natalia ha llamado desde Buenos Aires, y que ella no está muerta. Mediante una serie de artilugios Rossana hace creer al vigilante que Antonio no tiene nada que ver con el asesinato: su recelo se debía al enterramiento de unos repuestos de computadora contrabandeados desde Argentina. Finalmente, Villanueva advierte que todo lo comentado por Rossana era falso: la resolución de la trama es vertiginosa, llena de acción. El vigilante y Rossana luchan; durante el forcejeo, Villanueva empuja a Rossana contra un espejo, provocándole la muerte. Como se ha expresado con anterioridad, el final es circular: el vigilante Villanueva entierra el cuerpo de Rossana en el mismo sitio donde encontró el de Natalia.
Sin embargo, la novela nos guarda una sorpresa para el final. Cuando Villanueva se comunica con Antonio para informarle, anónimamente, sobre el paradero de su auto, el padre de Rossana pregunta por Natalia. El vigilante no logra comprender la pregunta; luego corrige: Antonio deberá estar refiriéndose a Rossana... Allí descubrimos la farsa: el personaje que durante toda la novela conocimos por el nombre de Rossana es, en realidad, Natalia. El cadáver que supuestamente pertenecía a Natalia es el de Rossana, la verdadera hija de Antonio.
La problematización al respecto de las identidades de los personajes se resuelve en el final de la novela; para ello, no deberían olvidarse ciertas pistas que se otorgan a lo largo de la obra. El cuerpo hallado por Villanueva es extremadamente blanco, como el de Antonio. Sin embargo, cuando el vigilante le pregunta a la supuesta Rossana sobre una foto observada por casualidad, ésta expresa que la muchacha de la fotografía es Natalia. A Villanueva le resulta sumamente extraño, pues «la chica de la foto era morena como Rossana». Todos los elementos indican que es Natalia, la falsa Rossana, quien mató a la hija de Antonio, enterrándola luego en las inmediaciones de la fábrica abandonada. Podría utilizarse una cita textual para evidenciar la problemática que representa el hallazgo de la verdad en esta novela. En un diálogo entre el vigilante Villanueva y la supuesta Rossana se expresa: «Vos hace unos días –continuó él– me dijiste que quería destruir. Tal vez, pero más que nada lo que quiero es saber. Saber la verdad, no me preguntes por qué. Y es eso lo que destruye, porque la verdad hace salir la mierda a la superficie». Rossana contesta: «Y a usted le encanta ver mierda, ¿no es cierto?» Villanueva responde: «¿Por qué sos tan mal educada? ¿Nunca oíste decir que la verdad nos hace libres?» Finalmente, Rossana expresa: «La verdad nunca hace libre a nadie. Cuando mucho, puede hacer reír.» La frase de la falsa Rossana adelanta mucho de lo que sucede al final: la verdad no libera en absoluto, sino que simplemente hace reír. El lector termina, de algún modo, sonriendo cuando descubre los múltiples juegos relativos a la identidad dentro de esta novela.
CONCLUSIÓN:
Como corolario podría citarse una frase que condensa la mayoría de los aspectos tratados hasta el momento. El propio Trujillo comenta: «...Tengo la experiencia cotidiana de que la verdad no responde a un sólo criterio. La verdad es lo que la gente opina que es la verdad. Cuando hay que decir algo sobre determinada cosa, prima la presión que se ejerza en esa dirección. Quien no tiene apoyo no puede exponer su verdad. Es el caso de mis personajes. [...] la verdad en sí misma no es liberadora. Puede liberar en la medida en que se haya internalizado la certeza de que hay otros que pueden sostener eso.» Las afirmaciones del escritor vienen a confirmar lo dicho anteriormente. La verdad no es asequible, al menos desde un único punto de vista. La verdad no es positiva ni objetiva: para definirla, Trujillo tiene en cuenta la subjetividad propia del ser humano, así como también el intercambio social que genera una validez de la verdad. Esta es, en efecto, la situación en la que se encuentran los personajes de las novelas de Henry Trujillo.
Alcides Abella expresó que «...Trujillo construye un mundo ominoso, espectral, preñado de signos y señales que desafían nuestra capacidad de interpretación...». Sus novela, posiblemente, no acaben por cerrarse nunca. Allí reside, desde mi opinión, su gran punto a favor como narrador.
BIBLIOGRAFÍA:
-BLIXEN, Carina: La amenaza inexplicable. Sitio web: El País Digital, entrada del 18/02/2005, consultado el 15/10/2010. Url:
http://hebertzarrizuela.blogspot.com/2007/11/irrupcin-475-sobre-tres-buitres-novela.html
-RAVIOLO, Héber: Prólogo a La persecución. Sitio web: Adinet, sin fecha de entrada, consultado el 15/10/2010. Url:
-TRUJILLO, Henry: Tres novelas cortas y otros relatos. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2010.