El esperpento en Luces de bohemia, de Ramón del Valle-Inclán

Ramón del Valle-Inclán
Rodrigo Clavijo Forcade
La utilización del término «esperpento» para designar un género teatral determinado, fue propuesta por Ramón del Valle-Inclán. La crítica especializada considera que la teoría del esperpento fue desarrollada por dicho autor en tres lugares distintos: a lo largo de su obra Luces de Bohemia; en el prólogo de otra de sus piezas, Los cuernos de don Friolera; y en una entrevista publicada en el periódico ABC, en el año 1928. Para tener en cuenta el estudio de la teoría esperpéntica se seleccionarán fragmentos relevantes de cada una de estas publicaciones, centrando el análisis en aquellos puntos que se consideren más trascendentales.
Un crítico importante de la obra Valle-Inclaniana, Ramón Gómez de la Serna, ha puesto énfasis en la influencia que Goya tuvo sobre la teoría del esperpento. Confirmando tal supuesto, el personaje Máximo Estrella expresa lo siguiente en la escena duodécima de Luces de bohemia: «El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse al callejón del Gato.»
El anterior fragmento manifiesta la explícita influencia de Goya en el esperpento, además de introducir una temática trascendental a la hora de estudiar esta construcción estética: la presencia del héroe clásico y su deformación, la cual se concreta en el ya citado callejón del Gato. La alusión a esta callejuela madrileña, en la que se podían advertir diferentes tipos de espejos que deformaban las siluetas que ante ellos se presentaban, evidencia la aspiración del autor de lograr una determinada mímesis, propia de la tragedia, pero a través de un procedimiento totalmente distinto al clásico: hablamos de la deformación. El punto citado anteriormente es de gran importancia a la hora de realizar un análisis de la obra: se debe destacar la existencia de una base tomada de la tragedia clásica, a partir de la cual se desarrollará una construcción estética deforme, grotesca, llena de tristes relieves.
El heroísmo entonces, considerado desde una visión clásica, cumple un papel de invalidez en la coyuntura histórica específica de la época. Es por ello que las características clásicas del héroe se deforman, toman otros rasgos inhabituales hasta convertirse en caricaturas, en fantoches que evidencian el desarrollo de una sociedad y una época ridículas, absurdas al extremo.
Teniendo en cuenta lo anterior, es aún más interesante analizar otro de los fragmentos de Luces de bohemia, en el cual Max Estrella continúa definiendo de manera concreta al esperpento: «Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento.» Como se ha dicho, el espejo cumple una función vital dentro de esta teoría, pues refleja una realidad deforme, carente de las líneas armoniosas que eran tan utilizadas dentro de la estética del arte clásico.
Hay críticos quienes consideran –tal es el caso de Cardona– que el espejo no representa otra cosa más que la propia sociedad: con respetable orden lógico Cardona expresa que, si la sociedad evidencia una desfiguración en su orden moral, cualquier suceso reflejado en esos espejos devolverá una imagen igualmente deforme. Frases como las siguientes «…deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España», parecen validar lo expresado con anterioridad.
Las diferentes definiciones esperpénticas, más allá de su valor estético, se vuelven muy interesantes por ser expresadas por los propios personajes de la obra de Valle-Inclán. Cuando Max Estrella comenta: «Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas», nos está brindado dos datos muy relevantes. Por un lado, como ya se ha expresado, es importante resaltar el punto de partida desde las normas clásicas del arte, las cuales luego serán deformadas; por el otro, se vuelve trascendental aclarar que la deformación utilizada parte desde una postura muy racional, y es propuesta desde una visión matemática.
El tema de la sociedad, y más precisamente la española, es un punto de muy importante relevancia a la hora de realizar un análisis de Luces de bohemia. A lo largo de toda la obra se realizan duras críticas a la idiosincrasia del pueblo español, traspasando la deformación de los individuos concretos a una entidad aún mayor que representa la sociedad en su conjunto. Este punto citado anteriormente es de gran relevancia, porque se puede considerar que los actos individuales de los sujetos ponen en evidencia el marcado declive de toda la nación.
Dentro de esta línea, el poeta Max Estrella expresa lo siguiente: «El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.» A partir de lo anterior no es descabellado pensar en España como un gran esperpento, un escenario en el que actúan personajes mamarrachos que convierten a la «tragedia española» en un mito grotesco, lleno de ridiculez visto desde fuera. Es por ello que algunos críticos consideran al esperpento como una síntesis de la realidad histórica española de la época, en la cual se circunscriben los temas más representativos de todo un pueblo.
Críticos como Cardona y Zahareas han estudiado la relación particular existente entre el mito y Valle-Inclán. Según estos autores, Valle-Inclán considera todos los mitos como perjudiciales para el funcionamiento de una sociedad, y por ello propone la neutralización de dichos mitos para que los diferentes sucesos sean reconsiderados desde una perspectiva histórica. Teniendo en cuenta lo anterior, no es de extrañar la fuerte crítica realizada por Valle-Inclán al denominado «mito español».
La crítica se realiza de forma explícita, comentando Max Estrella en un pasaje de la obra: «España es una deformación grotesca de la civilización europea.» Puede advertirse, a lo largo de las citas aquí empleadas, la constante referencia al proceso de deformación, que se transforma en vital a la hora de comprender los rasgos más relevantes de la teoría esperpéntica.
Las frases de Max Estrella, punzantes y profundas, marcan el fuerte componente crítico que puede observarse a lo largo de toda la obra. El ataque hacia España se produce en varios frentes y alcanza a diferentes sectores, siendo muy interesante analizar la crítica relativa a la religiosidad del pueblo español. En la escena segunda, mientras Máximo Estrella mantiene una conversación con don Gay, quien comenta algunos de los rasgos más positivos de la sociedad inglesa, el poeta ciego expresa: «España, en su concepción religiosa, es una tribu del Centro de África.» La burla sobre el pensamiento religioso de los españoles continúa un poco más adelante, mostrándose cómo los conceptos propios de la religión son empleados de una manera vulgar y llevan a la intrascendencia: «Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere.»
Otro punto interesante de remarcar es la falta de importancia que los españoles le dan a los intelectuales, y la falta de respeto que hacia ellos existe. En la escena decimocuarta unos sepultureros –los cuales perfectamente podrían asociarse con los de la tragedia shakesperiana Hamlet–, hablan sobre los méritos del poeta Max Estrella. Uno de ellos expresa: «En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.» Todos estos elementos que se nos presentan son deformaciones de una sociedad en la cual hasta los loros gritan enfáticamente: «¡Viva España!»
Un dato sumamente interesante a la hora de realizar un estudio de Luces de bohemia, es poner especial énfasis en la construcción de los personajes. En la ya mencionada entrevista realizada por el periódico ABC, Valle-Inclán desarrolla su pensamiento acerca de las diferentes posiciones en las cuales se puede observar a los personajes de sus obras. Dependiendo de las circunstancias, estos personajes pueden ser observados «de rodillas, de pie, desde el aire.»
Este perspectivismo en la focalización, junto con otros detalles técnicos propuestos por Valle-Inclán que se apartan de los métodos convencionales de representación, ha llevado al crítico Alonso Zamora Vicente a afirmar que la obra Luces de bohemia está «traspasada de cine», afirmación que será retomada posteriormente por Summer Greenfield.
Estas consideraciones se encuentran reforzadas por la especial utilización del discurso acotacional dentro de la obra, en el cual puede advertirse un manejo altamente poético del lenguaje. Este punto ha llevado a varios críticos a considerar la obra como más narrativa que dramática, y a advertir la fuerte influencia cinematográfica que transmiten sus diferentes escenas.
Los personajes de Valle-Inclán se terminan configurando como seres caricaturescos, españoles fantoches que resultan aún más patéticos debido a sus pretensiones trágicas, a sus gestos, sus ademanes hiperbólicos que alcanzan un grado elevado dentro del mundo de lo grotesco y lo desagradable.

BIBLIOGRAFÍA:
-Cardona, Rodolfo y Anthony R. Zahareas. Visión del esperpento, Madrid, Castalia, 1987.
-Gómez de la Serna, Ramón. Don Ramón María del Valle Inclán, Madrid, Austral.
-Greenfield, Summer M. Anatomía de un teatro problemático, Caracas, Fundamentos, 1972.
-Zamora Vicente, Alonso. La realidad esperpéntica (aproximación a Luces de Bohemia), Madrid, Gredos, 1969.

La novela negra como problematización de la verdad: estudios sobre Torquator y El vigilante, de Henry Trujillo.

Henry Trujillo
Rodrigo Clavijo Forcade
ASPECTOS BÁSICOS DE LA NARRATIVA DE HENRY TRUJILLO:

Según el propio Trujillo, la elección estética empleada en sus obras –que retoman elementos característicos de la novela policial– se debe a su incapacidad para utilizar recursos narrativos más complejos: «...Es un formato sencillo para alguien que no domina mucho el tema. Tiene una estructura lineal. La historia se va armando a medida que el personaje va haciendo cosas. Siempre hay un enigma que el personaje no descubre o descubre a medias.»[1] Debe destacarse la sinceridad y lucidez de Trujillo al respecto de su propia obra. Sus historias no se desvanecen entre palabras innecesarias ni frases superfluas que distraigan al lector: el lenguaje es sencillo, directo, y capta la atención del receptor desde el comienzo de la lectura. Sabedor de sus limitaciones técnicas, el autor no intenta deslumbrar al público con un manejo prodigioso de técnicas narrativas complejas. El propósito, indudablemente, se logra con creces: el lector se involucra profundamente con la obra que tiene entre sus manos.
Las novelas de Henry Trujillo son atrapantes; sin embargo, su narrativa no representa una experiencia estética «sublime». En ciertos aspectos narrativos, el autor incurre en esquematismos que devalúan sus novelas. La construcción psicológica de los personajes, por ejemplo, es superficial, no desarrollándose en su máximo potencial. Este aspecto no es menor: la dimensión psicológica de los personajes representa, habitualmente, uno de los elementos de estudio más interesantes dentro de la novela negra. El autor pierde, pues, la posibilidad de desarrollar el monólogo interno de personajes tan complejos e interesantes como enfermos psiquiátricos, asesinos y demás relegados sociales. En Trujillo, todos los elementos novelísticos parecen querer estar al servicio de la resolución del crimen de turno y del involucramiento del lector, descuidándose otros aspectos centrales de la narración, que no se despliegan como pudieran. Trujillo es un narrador ameno, pero menor.
Su obra representa, sin embargo, la importancia de ser la primera en articular dentro de nuestro país, de manera más o menos estructurada y coherente, el relato policial junto con la historia de horror y misterio. Al respecto, Leonardo de León realizó un comentario interesante que me permito incluir aquí: «Si examinamos el panorama de la literatura uruguaya, no encontraremos precursores sólidos y persistentes en este sub-género fusionado, sólo intentos más netamente policiales: algún cuento de Quiroga emulando a Poe, una novelita fallida de Enrique Amorim, dos obras inhallables firmadas con el seudónimo de Sydney Morgan, un intento folletinesco de Mario Levrero, y los libros de Juan Grompone, Renzo Rosello, Prego Gadea, Daniel Chavarría, Fornaro (los más frecuentadores del género)... y muy poco más. Pero ninguno de los exponentes anteriores ha elaborado una obra perpetua y sostenida en relación a este subgénero de móvil policial al servicio de un intenso misterio como lo hace Henry Trujillo.»[2]
Además de Torquator (1993) y El vigilante (1996), que serán estudiadas a continuación, también puede destacarse La persecución (1999). Esta trilogía funda sus bases en una especie de relato policial que exige un profundo involucramiento del lector: es él quien debe cumplir la función de detective, siguiendo una serie de pistas que pueden resultar dudosas e, incluso, falsas. Trujillo otorga los datos de una manera gradual, y la lectura parece convertirse en una especie de puzzle. Lo complejo del asunto reside en que, dicho puzzle, carece de algunas piezas fundamentales para su perfecto armado. Parecería evidente que a Henry Trujillo no le importa en absoluto que en sus novelas todo termine perfectamente aclarado.
Con gran inteligencia Héber Raviolo ha advertido que, a pesar del parentesco con «...la novela policíaco-deductiva, los relatos de Trujillo no caen en su frecuente esquematismo, entre otras razones porque en ellos no existe el personaje del policía o el detective omnisapiente, que como un deus ex machina pasa en limpio todas las intrigas que quedaron rigurosamente al margen del entendimiento del desprevenido y muchas veces estafado lector.»[3] Esto implica, según Raviolo, que el lector es el verdadero protagonista de la intriga: en su capacidad para seguir las pistas que se le otorgan, para analizar las huellas contradictorias que confluyen, para ir y volver incansablemente a lo largo de las páginas ya leídas, puede encontrarse el sentido de la narración. Sin embargo, a pesar de semejante esfuerzo, el receptor puede quedar, en algunos casos, con las manos vacías. Personalmente considero que uno de los mayores méritos de la obra de Henry Trujillo se encuentra, precisamente, en el alto grado de compromiso que exige del lector: sus novelas necesitan, pues, de un receptor sumamente activo.

LA PROBLEMATIZACIÓN DE LA VERDAD EN DOS NOVELAS DE TRUJILLO:

TORQUATOR:

Más allá del gran involucramiento que se exige por parte del lector, las novelas de Trujillo tienen otro punto a favor: la constante problematización de la verdad. Este aspecto es, desde mi humilde opinión, el aporte literario más interesante realizado por el autor. La verdad aparece fragmentada, inacabada e inatrapable: estas mismas características pudieran atribuirse, también, a la segmentación y al relativismo que predominan en el hombre contemporáneo. Si aceptamos las posturas teóricas que plantean el predominio de una época «posmoderna», y la consiguiente caída de los valores característicos de la modernidad clásica, esta problematización de la verdad expuesta por Trujillo cobra un cariz más interesante. Ya no hay verdades universales, aspectos preestablecidos que se adecúen perfectamente a todas las circunstancias del mundo: ya no hay, en definitiva, una verdad positiva. La realidad es, por lo tanto, una construcción continua que, en la gran mayoría de los casos, nunca termina de realizarse completamente.
El propio Trujillo ha expresado en entrevista con Carina Blixen: «...Si tuviera que decir cuál es mi fuente literaria diría que es la tragedia antigua. Me parece que Torquator tiene mucho de Antígona. Traté de plantear una tragedia en el molde de una novela policial. El error que cometí fue tratar de señalar algún culpable: esa fue una concesión a la facilidad. La idea era que el asesino podía ser cualquiera, todos.»[4]
Más allá de la importancia de la primera parte de la respuesta, en la que el autor confiesa su agrado por los modelos de la tragedia clásica, en este momento me interesa destacar la segunda parte del planteo de Trujillo. Parecería advertirse la lucidez del autor al respecto del valor literario que posee la problematización de la verdad. Tratar de encontrar un culpable para los crímenes es, en realidad, un facilismo que destruye uno de los pilares literarios de la obra de Trujillo. Si el crimen no se resuelve, si la verdad se problematiza sin dilucidarse, la obra alcanzará un mayor grado de complejidad y de valor artístico.
En Torquator, la problematización de la verdad se desarrolla en varios frentes simultáneos e interrelacionados entre sí. Desde el principio, por ejemplo, se plantea la incertidumbre acerca del nombre Torquator. Es muy posible que mi lectura sea errónea, pero igualmente me arriesgaré a realizar algunas afirmaciones al respecto de la construcción de la trama.
Cuando Alfredo está intercambiando los primeros diálogos con la muchacha que encuentra en el ómnibus, ésta revuelve su bolso buscando algo; finalmente expresa: «Torquator». La intriga continúa una vez que la muchacha comienza a narrar la historia de Yolanda, quien recibe cartas firmadas por ese tal Torquator. Finalmente, cuando la novela culmina, la joven que cuenta la historia llega a su destino y se encuentra con su novio, a quien le comenta que olvidó el perfume que debía traerle... ¿Será posible que, al buscar el perfume mientras hablaba con Alfredo, la muchacha haya dejado escapar el nombre de Torquator al advertir que había olvidado el regalo para su novio? Personalmente, considero que sí.
Pero como se ha expresado anteriormente, los cabos sueltos de la novela están sumamente relacionados, y no puede explicarse uno sin comentar los restantes. La identidad de Torquator es esquiva a lo largo de toda la novela. Si damos por supuesto que Torquator es el novio con el que se encuentra la muchacha luego de su viaje en ómnibus, me atrevería a decir que Torquator es, en realidad, Ernesto, el primo psiquiátrico de Graciela. Durante la novela, Ernesto expresa que está realizando un curso para reparar estufas y artefactos similares. Al final de la obra, cuando la muchacha que narra la historia se encuentra con su novio, éste expresa tener un «tallercito» donde arregla estufas...
Hasta el momento me he referido como «la muchacha que narra la historia» a la chica que dialoga con Alfredo durante el viaje de ómnibus. Este hecho no es casual: la identidad de esta chica también es un misterio a lo largo de la novela. Al comienzo, la muchacha dice llamarse Cecilia, y Alfredo toma este dato como una broma pues él mismo había comentado segundos antes que su hija se llamaba así. Luego, la chica se dispone a contar la historia de Yolanda. Cuando el relato está culminando, descubrimos la obsesión del encargado del edificio por Yolanda, y advertimos que, a pedido suyo, ella cambió su nombre por el de Cecilia. Todo parecería apuntar a que Yolanda, luego de la misteriosa muerte del encargado, huyó utilizando el nombre de Cecilia. Si adherimos a esta postura, los sospechosos del asesinato del encargado del edificio se reducirían notoriamente: Ernesto y Yolanda-Cecilia.
A todo esto se le suma la intriga al respecto del asesinato de la madre de Yolanda-Cecilia. En este caso, no me atrevería a afirmar categóricamente la identidad del homicida. Sin embargo, existen elementos para considerar que el asesino podría ser Ernesto o el encargado del edificio. Personalmente considero que éste es uno de los tantos puntos que, a lo largo de la novela, permanecen oscuros y sin una aparente resolución.
Los propios personajes de las novelas de Trujillo parecen tener conciencia al respecto de esta problematización de la verdad. En un pasaje de Torquator, Yolanda-Cecilia comenta: «Vos sos igual que el policía que vino a casa a investigar. Le buscan significado a todo, pero las cosas son como son y no hay que darles más vueltas». Durante el diálogo, Ernesto responde: «Las cosas no son como son. Son grises, no blancas y negras. Lo que para uno es bueno para otro es malo, lo que es verdad también puede ser mentira. Porque solamente podemos ver una parte de las cosas, y todo lo demás tiene que ser interpretado. ¿Cómo sabés que el mundo existe? No estamos seguros de nada.»[5] El pensamiento de Ernesto encierra, de alguna manera, la concepción básica de Trujillo al respecto de la verdad.
Incluso luego, durante el interrogatorio con la policía, Yolanda parece tomar los conceptos planteados anteriormente por Ernesto, expresando: «No está claro [...]. Nada es claro. Todo es gris, nada está en blanco y negro. Es verdad que yo quería que se muriera, pero no la maté. O capaz que la maté en sueños, capaz soñé que se moría y se murió. Como un cuento que leí una vez de un tipo que soñó que mataba un dragón y el dragón se murió en serio, no me acuerdo bien cómo era.»[6]
El clímax de esta problematización de la verdad llega, quizá, con las palabras del policía que interroga a Yolanda: «Yo no digo eso. Pero pienso que de repente usted se imaginó todo eso. Mire, hay veces que uno, de tanto pensar en alguna cosa, se termina creyendo que es verdad. Digo, de repente usted se imaginó ese hombre, se imaginó esas cartas, y entonces no nos está mintiendo, nos está diciendo la verdad, pero una verdad que está en su mente. Creo que si usted se sincera, va a ver que es así. Usted no es realmente una asesina, me alcanza con verle la cara para darme cuenta. Pero sí precisa ayuda.»[7] El interrogador, representante por antonomasia de la búsqueda de la verdad objetiva y única, llega a afirmar la existencia de una verdad subjetiva, interna, propia de cada persona, que se encuentra desvinculada de los hechos exteriores que pudieran ocurrir. Este parlamento es un acierto estético de Trujillo.

EL VIGILANTE:

En El vigilante, mientras tanto, la problematización de la verdad surge a partir del macabro hallazgo de un cuerpo seccionado. Aquí el protagonista cumple el rol de chantajista, solicitando dinero a cambio de no informar a la policía sobre su descubrimiento. Sin embargo, el vigilante cambia de rol cuando de chantajista pasa a ser chantajeado: un individuo de identidad desconocida descubre que el vigilante Villanueva también ha asesinado y enterrado a una mujer. Teniendo en cuenta lo anterior se podría afirmar que la novela posee, de algún modo, una estructura circular.
En esta obra, la problematización no incluye solamente la incertidumbre al respecto de la identidad de los personajes vivos, sino que también las dudas proliferan sobre la identificación del cadáver hallado por Villanueva al comienzo de la novela. La obra posee el acierto de derribar, en sus momentos finales, todas las hipótesis que el vigilante había realizado a lo largo de la trama. Este personaje rompe, pues, con el rol detectivesco de la novela policial clásica: todas sus teorías anteriormente esbozadas se pierden como arena entre sus manos.
Para comprender el problema que representa el descubrimiento de la verdad en esta novela, resulta imprescindible realizar una glosa de sus contenidos principales. La historia se desarrolla hasta el final a través de hipótesis que vinculan a Antonio, el dueño de una casa importadora, con el cadáver femenino descubierto por el vigilante. Villanueva construye sus hipótesis considerando a Antonio como el asesino, luego de investigar al respecto del Chevette blanco que deambulara las inmediaciones de la fábrica abandonada que custodia el vigilante. Con el intento de chantaje de Villanueva entra en escena el personaje de Rossana, supuesta hija de Antonio. Posteriormente, el nombre de una tal Natalia, amiga íntima de Rossana y amante de Antonio, comienza a rondar por la novela. El vigilante, pues, llega a la conclusión de que el cuerpo hallado es el de Natalia. La obra continúa dándose por supuesto que el cuerpo es de Natalia, hasta que Rossana expresa que la madre de Natalia ha llamado desde Buenos Aires, y que ella no está muerta. Mediante una serie de artilugios Rossana hace creer al vigilante que Antonio no tiene nada que ver con el asesinato: su recelo se debía al enterramiento de unos repuestos de computadora contrabandeados desde Argentina. Finalmente, Villanueva advierte que todo lo comentado por Rossana era falso: la resolución de la trama es vertiginosa, llena de acción. El vigilante y Rossana luchan; durante el forcejeo, Villanueva empuja a Rossana contra un espejo, provocándole la muerte. Como se ha expresado con anterioridad, el final es circular: el vigilante Villanueva entierra el cuerpo de Rossana en el mismo sitio donde encontró el de Natalia.
Sin embargo, la novela nos guarda una sorpresa para el final. Cuando Villanueva se comunica con Antonio para informarle, anónimamente, sobre el paradero de su auto, el padre de Rossana pregunta por Natalia. El vigilante no logra comprender la pregunta; luego corrige: Antonio deberá estar refiriéndose a Rossana... Allí descubrimos la farsa: el personaje que durante toda la novela conocimos por el nombre de Rossana es, en realidad, Natalia. El cadáver que supuestamente pertenecía a Natalia es el de Rossana, la verdadera hija de Antonio.
La problematización al respecto de las identidades de los personajes se resuelve en el final de la novela; para ello, no deberían olvidarse ciertas pistas que se otorgan a lo largo de la obra. El cuerpo hallado por Villanueva es extremadamente blanco, como el de Antonio. Sin embargo, cuando el vigilante le pregunta a la supuesta Rossana sobre una foto observada por casualidad, ésta expresa que la muchacha de la fotografía es Natalia. A Villanueva le resulta sumamente extraño, pues «la chica de la foto era morena como Rossana».[8] Todos los elementos indican que es Natalia, la falsa Rossana, quien mató a la hija de Antonio, enterrándola luego en las inmediaciones de la fábrica abandonada.
Podría utilizarse una cita textual para evidenciar la problemática que representa el hallazgo de la verdad en esta novela. En un diálogo entre el vigilante Villanueva y la supuesta Rossana se expresa: «Vos hace unos días –continuó él– me dijiste que quería destruir. Tal vez, pero más que nada lo que quiero es saber. Saber la verdad, no me preguntes por qué. Y es eso lo que destruye, porque la verdad hace salir la mierda a la superficie». Rossana contesta: «Y a usted le encanta ver mierda, ¿no es cierto?» Villanueva responde: «¿Por qué sos tan mal educada? ¿Nunca oíste decir que la verdad nos hace libres?» Finalmente, Rossana expresa: «La verdad nunca hace libre a nadie. Cuando mucho, puede hacer reír.»[9] La frase de la falsa Rossana adelanta mucho de lo que sucede al final: la verdad no libera en absoluto, sino que simplemente hace reír. El lector termina, de algún modo, sonriendo cuando descubre los múltiples juegos relativos a la identidad dentro de esta novela.

CONCLUSIÓN:

Como corolario podría citarse una frase que condensa la mayoría de los aspectos tratados hasta el momento. El propio Trujillo comenta: «...Tengo la experiencia cotidiana de que la verdad no responde a un sólo criterio. La verdad es lo que la gente opina que es la verdad. Cuando hay que decir algo sobre determinada cosa, prima la presión que se ejerza en esa dirección. Quien no tiene apoyo no puede exponer su verdad. Es el caso de mis personajes. [...] la verdad en sí misma no es liberadora. Puede liberar en la medida en que se haya internalizado la certeza de que hay otros que pueden sostener eso.»[10]
Las afirmaciones del escritor vienen a confirmar lo dicho anteriormente. La verdad no es asequible, al menos desde un único punto de vista. La verdad no es positiva ni objetiva: para definirla, Trujillo tiene en cuenta la subjetividad propia del ser humano, así como también el intercambio social que genera una validez de la verdad. Esta es, en efecto, la situación en la que se encuentran los personajes de las novelas de Henry Trujillo.
Alcides Abella expresó que «...Trujillo construye un mundo ominoso, espectral, preñado de signos y señales que desafían nuestra capacidad de interpretación...».[11] Sus novela, posiblemente, no acaben por cerrarse nunca. Allí reside, desde mi opinión, su gran punto a favor como narrador.

[1] Blixen, Carina: La amenaza inexplicable.
[3] Raviolo, Héber: Prólogo a La persecución.
[4] Blixen, Carina: La amenaza inexplicable.
[5] Trujillo, Henry: Tres novelas cortas y otros relatos, pág. 54.
[6] Ídem, pág. 71.
[7] Ídem, pág. 67.
[8] Ídem, pág. 117.
[9] Ídem, pág. 126
[10] Blixen, Carina: La amenaza inexplicable.
[11] Raviolo, Héber: Prólogo a La persecución.

BIBLIOGRAFÍA:
-BLIXEN, Carina: La amenaza inexplicable. Sitio web: El País Digital, entrada del 18/02/2005, consultado el 15/10/2010. Url:
-DE LEÓN, Leonardo: Sobre Tres buitres, novela de Henry Trujillo. Sitio web: Modestas irrupciones, entrada del 01/11/2007, consultado el 15/10/2010. Url:
http://hebertzarrizuela.blogspot.com/2007/11/irrupcin-475-sobre-tres-buitres-novela.html
-RAVIOLO, Héber: Prólogo a La persecución. Sitio web: Adinet, sin fecha de entrada, consultado el 15/10/2010. Url:
-TRUJILLO, Henry: Tres novelas cortas y otros relatos. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2010.

El fin didáctico en la obra de Andrés Bello

Andrés Bello

Rodrigo Clavijo Forcade
El presente trabajo constará de un eje central, el cual se encontrará basado en una de las características principales del Neoclasicismo: su preponderante fin didáctico. A la hora de elegir un tema a desarrollar para esta labor, el fin didáctico anteriormente citado ha resultado sumamente seductor, particularmente si se tiene en cuenta el marco histórico que contempló el auge del Neoclasicismo en América Latina; me refiero al proceso independista de sus diferentes naciones. Este proceso de independencia marcó el nacimiento de nuevas naciones, las cuales debieron formar, en un proceso sumamente acelerado y vertiginoso, el componente principal de toda sociedad: sus ciudadanos. Ha resultado sumamente interesante, pues, vincular este proceso de formación de ciudadanos con el fin didáctico del arte Neoclásico. Teniendo en cuenta lo anterior, se tratará de demostrar la influencia de los escritos de Andrés Bello a la hora de crear una identidad nacional en los diferentes países de Latinoamérica.
Este trabajo se detendrá, principalmente, en el estudio de la «Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos», publicada por Bello en el año 1847. Se ha decidido prestar una mayor relevancia a dicha Gramática debido a que, en términos generales, podría afirmarse que la misma representa la gran preocupación de su autor por la educación y el desarrollo intelectual de un continente que estaba comenzando a adquirir nuevas características. El análisis principal se centrará en las razones que movieron al venezolano a escribir su gramática, así como también las diferentes estrategias didácticas empleadas durante su construcción.

 DESARROLLO:

Ilustración y Neoclasicismo en el pensamiento de Bello:

El Profesor cubano Miguel Rojas Gómez propone, en uno de sus trabajos[1], la adhesión constante del venezolano Andrés Bello hacia los principios fundamentales del proceso de la Ilustración y el Neoclasicismo.
Sin tratar de extendernos demasiado sobre este aspecto, que ciertamente no es el más relevante del presente trabajo, se deberán nombrar algunos de esos puntos vitales para comprender de forma concreta cuál es la relación existente entra estas corrientes del pensamiento mundial y la obra de Bello.
Uno de los puntos que se nombran con mayor frecuencia al referirse a la Ilustración y el Neoclasicismo es, principalmente, el alto grado de racionalidad que implican estas posturas. Desde esta perspectiva, Bello ejemplifica de forma perfecta el anterior enunciado, evidenciando una «concepción racional de la naturaleza, la cultura, la sociedad y la vida humana», así como también una «racionalización de la experiencia cognoscitiva.»[2]
Rojas Gómez también cita un punto trascendental a la hora de realizar tal análisis, el cual refiere a la concepción de Bello sobre el cambio social, que debería realizarse de forma progresiva y tratando de alcanzar la mayor elevación posible en el nivel civilizatorio. El papel principal para lograr lo anterior, por lo tanto, le es atribuido a la educación, quien deberá mejorar el funcionamiento social y la intelectualidad de sus integrantes.
Por último, y fuertemente relacionado con uno de los puntos que serán tratados posteriormente en este trabajo, Rojas Gómez propone la importancia que Bello le concedía a la construcción de un Estado de derecho. Para ello, será necesario estudiar la importancia de su Gramática, así como también el Código Civil chileno del año 1855, escrito por el propio Bello, y cuyas similitudes con su Gramática son altamente llamativas en cuanto a aspectos estilísticos y filosóficos. 


La Gramática de Bello y su importante fin didáctico:

Al momento de considerar el fin didáctico de las producciones escritas de Andrés Bello, se deberá poner un énfasis especial en su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, publicada en el año 1847. Dicha obra, monumental y avanzada desde una perspectiva técnica para su época, reviste una importancia mayúscula si tenemos en cuenta las diferentes razones que llevaron al humanista venezolano a redactarla. A continuación se procederá a realizar un análisis relativo al importante fin didáctico de esta Gramática.
Uno de los proyectos principales que Bello intentó llevar a cabo durante su vida, fue el de conseguir la unidad lingüística de América Latina, logrando sobrepasar las fronteras chilenas –que fueron las que lo recibieron luego de su regreso al continente americano–, y llegando hasta las cúpulas intelectuales y de poder de los restantes países de la región. Ramón de Zubiría comenta al respecto: «Así, [Bello] va a vivir para ser el gran ordenador del mundo americano. Toda su actividad estará determinada por un mismo designio: el de afianzar la identidad de las recién nacidas repúblicas, para que, ahincadas desde su verdad, pudiesen luego incorporarse, con voz y perfiles propios, en armonioso concierto con los demás pueblos de la tierra.»[3]
Bello, que era poseedor de un espíritu fuertemente humanista, consideró a la educación como una de las armas fundamentales –tal vez la más importante– para el íntegro desarrollo de las capacidades humanas. El humanista venezolano se expresaba de la siguiente forma al respecto: «Yo ciertamente soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atención el gobierno, como una necesidad primera y urgente; como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas. Pero, por eso mismo, creo necesario y urgente el fomento de la enseñanza literaria y científica. En ninguna parte ha podido generalizarse la instrucción elemental que reclaman las clases laboriosas, sino donde han florecido de antemano las ciencias y las letras.»[4]
Su Gramática, pues, evidencia de una manera muy explícita dicha preocupación, así como su intención de realizar algún aporte significativo al acervo cultural de un continente que estaba atravesando procesos históricos de una gran importancia y complejidad.
Desde esta perspectiva, sus aportes al mundo de la gramática castellana plantean una novedad que ante nuestros ojos puede pasar inadvertida, pero que fue muy innovadora para el contexto histórico de la época: me refiero al poder de adaptación que dicha obra reflejó, tomando elementos propios de la cultura europea, pero conciliándolos con las peculiares características de las incipientes naciones americanas.
Está claro que Bello, como un nítido representante del Neoclasicismo latinoamericano, aún mantenía una admiración muy importante por el mundo europeo del conocimiento, lo cual se puede ver reflejado en su obra; pero también debe destacarse la habilidad que demuestra este autor para adaptar dichos enfoques académicos a una realidad marcadamente distinta como lo era la americana.
El afán educador de Andrés Bello se puede contextualizar en una época de cambio radical para las naciones latinoamericanas, las cuales habían conseguido su libertad a través de las diferentes luchas independentistas. El logro de la libertad presupone, desde una perspectiva analítica, una serie inagotable de beneficios pero también de problemáticas para estas nuevas naciones que necesitaban formar un «orden civil», en palabras del Licenciado colombiano Eleucilio Niebles Reales.[5]
Las flamantes naciones latinoamericanas debieron formar a sus ciudadanos, los cuales tenían la responsabilidad de afianzar a través de su participación los albores de un sistema democrático y republicano. Para que realmente todo el sistema pudiera funcionar de una manera adecuada, resultaba necesario instruir a los individuos a través del ámbito educativo, que cumplió el papel principal en la construcción del ya citado «orden civil».
Los grupos intelectuales latinoamericanos desarrollaron un ambicioso proyecto educativo, el cual intentó generar un incremento cultural en la enorme masa de individuos iletrados que América poseía. Este proceso, basado fundamentalmente en el estudio de la lengua y la literatura, y de claro corte humanista, persiguió un objetivo recurrente en la mentalidad ilustrada de la época: se trata del concepto de progreso, tan caro a los círculos gobernantes del momento.
Esta creencia –al fin de cuentas no deja de ser eso, sólo una creencia– conllevó un preconcepto que, muy posteriormente, cayó con el fin de la Modernidad: desde esta perspectiva, la educación era vista como la solución incuestionable para todos los problemas de las incipientes naciones. Las guerras, las crisis económicas, la inserción en el mundo intelectual, entre otros puntos, podían ser solucionadas a través de la educación. Actualmente, este ideal es considerado como ingenuo por la mayoría de los pedagogos contemporáneos.
Según Eleucilio Niebles Reales es obvio que «para Bello […] la libertad se obtiene a través de la educación y que ésta se relaciona directamente con el manejo adecuado de la lengua materna.»[6] Es por ello que el libro de gramática se consolidará como el manual por antonomasia para lograr tal propósito. El gran contenido didáctico del libro de gramática se encuentra en su conformación sistémica, que incluye una serie de reglas determinadas a poner en práctica. Parecería prácticamente innecesario aclarar que el gran componente didáctico de una gramática se encuentra, en última instancia, en su carácter netamente prescriptivo y normativo.
Pero más allá de los contenidos estrictamente lingüísticos, las gramáticas tienen la particularidad de expresar a través de sus ejemplos un orden moral determinado, destinado a fijar un comportamiento considerado válido por su redactor. Es por ello que no debe dejar de analizarse la importancia del libro de gramática como promotor de un «deber ser», de un conjunto de normas –mayormente morales– que resultan trascendentales para el momento histórico específico que se encontraba viviendo el continente americano. Enseñar una regla gramatical era, a fin de cuentas, una excusa para introducir de manera implícita un orden determinado en la formación del nuevo ciudadano.

La relación entre la Gramática y el Código Civil:
 
Un punto sumamente interesante a la hora de analizar la gramática de Andrés Bello, es poner énfasis en una consideración realizada por el Catedrático chileno Iván Jaksic, radicado en los Estados Unidos de Norteamérica. En uno de sus estudios, Jaksic propone la fuerte relación existente entre la gramática y el mundo de la jurisprudencia: «En un sistema republicano, en que la soberanía popular es reconocida por la constitución, los individuos debían, en el concepto de Bello, recibir una educación con un fuerte énfasis cívico.»[7]
Resulta evidente advertir la importancia de poseer un buen manejo de la lengua para comprender las nuevas leyes que se estaban implantando. Tal planteo se vuelve aún más relevante si tenemos en cuenta que Bello redactó, en el mismo período de tiempo, su Gramática y el Código Civil chileno que comenzó a regir en 1855, por lo cual ambos trabajos poseen rasgos estilísticos y filosóficos muy similares.
Educación y orden jurídico parecen haber sido, pues, las dos grandes armas propuestas por Bello para lograr el proceso civilizatorio de los nuevos países americanos y otorgarles la paz. La relación existente entre la ley y el lenguaje –especialmente el lenguaje escrito– era muy grande en la cosmovisión de Andrés Bello, por lo cual sus mayores esfuerzos se centraron en advertir la imperiosa necesidad de poseer un manejo correcto del idioma para poder comprender de la misma manera el lenguaje de la ley.
Resultará altamente significativo comentar el alto grado de acogida que el Código Civil redactado por Bello tuvo en los diferentes países de la región. Expresa Jaksic: «Entre aquellos que adoptaron este código civil (en su totalidad o en parte) se encuentran Colombia, Ecuador, Venezuela, Panamá, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Argentina y Uruguay. Si se consideran además aquellos países que lo consultaron, la presencia del Código Civil se extiende a casi todos los países de América Latina.»[8]
No es de extrañar, por lo tanto, que Ramón de Zubiría se refiera a Bello como «el supremo codificador-legislador de nuestra lengua, el preservador de la unidad lingüística y cultural de las tierras hispánicas»[9], expresión que amalgama y yuxtapone la visión gramatical por un lado, y el campo jurídico por el otro.


[1]Rojas Gómez, Miguel, La vigencia y trascendencia de los aportes de Andrés Bello a la identidad e integración Iberoamericana, revista literaria Poligramas núm. 27, Universidad del Valle, Colombia. Disponible en: http://poligramas.univalle.edu.co/27/vigenciaandresbello.pdf
[2]Ibíd., pág. 3.
[3]Zubiría, Ramón de, Presencia y vigencia de don Andrés Bello, Thesaurus: Boletín del instituto Caro y Cuervo, Tomo XXXVII, enero-abril de 1982, Núm. 1, pág. 12. Disponible en: http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/37/TH_37_001_001_1.pdf
[4]Ibíd., pág. 13.
[5]Niebles Reales, Eleucilio, Andrés Bello: la construcción de un orden civil fundamentado en la gramática, revista literaria Poligramas núm. 27, Universidad del Valle, Colombia, pág. 8. Disponible en: http://poligramas.univalle.edu.co/27/
[6]Ibíd., pág. 9.
[7]Jaksic, Iván, La república del orden: Simón Bolívar, Andrés Bello y las transformaciones del pensamiento político de la independencia, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, vol. 36, 2003, pág. 216. Disponible en: http://www.scielo.cl/pdf/historia/v36/art08.pdf
[8]Ibíd., pág. 215.
[9]Zubiría, Ramón de, Presencia y vigencia de don Andrés Bello, Thesaurus: Boletín del instituto Caro y Cuervo, Tomo XXXVII, enero-abril de 1982, Núm. 1, pág. 15. Disponible en: http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/37/TH_37_001_001_1.pdf

BIBLIOGRAFÍA:
-Bello, Andrés, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Disponible en:
-Caro, Miguel Antonio, Escritos sobre don Andrés Bello, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1981.
-Niebles Reales, Eleucilio, Andrés Bello: la construcción de un orden civil fundamentado en la gramática, revista literaria Poligramas núm. 27, Universidad del Valle, Colombia. Disponible en:
-Jaksic, Iván, La república del orden: Simón Bolívar, Andrés Bello y las transformaciones del pensamiento político de la independencia, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, vol. 36, 2003. Disponible en:
-Rojas Gómez, Miguel, La vigencia y trascendencia de los aportes de Andrés Bello a la identidad e integración Iberoamericana, revista literaria Poligramas núm. 27, Universidad del Valle, Colombia. Disponible en:
-Zubiría, Ramón de, Presencia y vigencia de don Andrés Bello, Thesaurus: Boletín del instituto Caro y Cuervo, Tomo XXXVII, enero-abril de 1982, Núm. 1. Disponible en:

Breve estudio sobre Beatus ille

Antonio Muñoz Molina
Rodrigo Clavijo Forcade
Beatus Ille, la primera novela del escritor español Antonio Muñoz Molina, constituye un verdadero laberinto literario que rompe –precedida de notorios antecedentes– con una tradición canónica dentro del ámbito de la narrativa. Uno de los aspectos más interesantes a la hora de realizar un pequeño estudio de la obra, es poner especial énfasis en la peculiar organización que su trama posee.
Será vital, pues, advertir que la estructura de Beatus Ille no sigue una línea cronológica. La novela, por lo tanto, se construye a través de una utilización constante de saltos temporales –analepsis y prolepsis–, generando un notorio desfasaje en la relación historia-relato.
Teniendo en cuenta lo anterior, la crítica literaria Hariet Quint evidenció en uno de sus artículos[1], ajustándose a una teoría estructuralista de Seymour Chatman, la organización circular de la novela anteriormente citada. A grandes rasgos, ello puede explicarse porque «en la novela de Muñoz Molina principio y fin se enlazan y forma un círculo temporal y espacial.»[2] Esta unión tan particular de los diferentes bloques narrativos es lo que le otorga la estructura circular a Beatus Ille.
Se trata de una novela de alta complejidad interpretativa: a la falta de linealidad en la construcción del argumento se le debe sumar, también, la multiplicidad de narradores que en ella existen. A su vez es importante remarcar que varios de los personajes que intervienen en la obra, comentan un mismo suceso de manera distinta a lo largo de su desarrollo, y realizan juicios de valor al respecto que también resultan variables. Es por ello que Maryse Bertrand de Muñoz afirma que la novela «se va ahondando cada vez más en la historia de los diferentes personajes en círculos concéntricos», existiendo un desarrollo cada vez mayor de ciertos sucesos relatados.[3]
La novela Beatus Ille se encuentra dividida en tres partes principales. En la primera de ellas, el joven Minaya arriba a la ciudad de Mágina con el pretexto de escribir una tesis doctoral sobre un poeta prácticamente desconocido: Jacinto Solana. Minaya es recibido en la casa de su tío Manuel, quien fuera a su vez gran amigo de Solana. Durante este tramo de la obra, el narrador aparenta ser omnisciente y externo. En la segunda parte de la novela se suceden una serie de relatos en primera persona, los cuales giran en torno a Mariana, esposa difunta de Manuel y amante del anteriormente citado poeta. A su vez, esta segunda parte tiene la peculiaridad de poseer fragmentos en los cuales el narrador se encuentra en tercera persona, demostrando un alto grado de omnisciencia. En la tercera parte finalmente, y luego de la muerte de su tío Manuel, Minaya regresa a Madrid habiendo logrado esclarecer el crimen de Mariana, que tiñe a toda la novela de un fuerte toque policíaco.[4]
Como ya se ha comentado, una de las complejidades mayores que presenta la novela a la hora de su análisis es la multiplicidad de narradores que posee. Estas dificultades en el reconocimiento de la voz narrativa se plantean ya desde el primer capítulo de la novela, el cual condensa una gran cantidad de información que puede llegar a confundir al lector desatento. Hariet Quint expresa al respecto que «el cambio brusco de los pronombres de “yo” a “él” o “ella” desorienta al lector en cuanto a la voz narrativa y a quién se refiere el relato...»[5]
Maryse Bertrand de Muñoz, al referirse a los narradores de la novela, centra su análisis en las características metadiegéticas que la obra posee. Verdaderamente se trata, en efecto, de «una historia dentro de una historia»[6], lo cual vuelve aún más dificultosa la tarea interpretativa por parte del lector. Sin embargo el relato metadiegético propiamente dicho, es decir, la vida de Solana descifrada por Minaya, tiene rasgos peculiares que hacen aún más interesante el desarrollo de la historia. Ese relato aparece referido en primera persona, con una focalización cero, y su narrador parece ser heterodiegético, es decir que cuenta la historia sin involucrarse en ella. Pero, finalmente, el resultado del juego con las voces narrativas de la novela llevan a que «la caja china que contiene el relato metadiegético y que debería ser más pequeña que la del relato primero, el de 1969, [ocupe] infinitamente más lugar.»[7]
La identidad del narrador será, por lo tanto, una gran incógnita a lo largo de toda la novela, resolviéndose en sus momentos finales, cuando todos los cabos de la historia se terminen de atar. En este final el relato da un giro inesperado, cambiando rotundamente su sentido: descubrimos que tanto el narrador en primera como en tercera persona no son heterodiegéticos, sino homodiegéticos, y que la objetividad que evidenciaban estaba basada en un profundo juego literario.
El verdadero narrador de Beatus Ille es el poeta Jacinto Solana, a quien todos daban por muerto luego de su supuesta ejecución en 1947. Solana, que vive escondido en Mágina sin ser reconocido por nadie, finalmente escribe su novela aprovechando la estadía en la ciudad de Minaya, quien se dirigió hasta allí para investigar una obra inexistente.
Por lo tanto «en Beatus Ille, Solana, creador del “cuaderno azul”, es el que cuenta en el primer y en el segundo nivel, a la vez que es él del cual se cuenta; Minaya y todos los personajes son a la vez criaturas de Muñoz Molina y de Solana; Minaya lee el “cuaderno azul” y es leído por Solana; Minaya escribe sobre Solana y Solana sobre Minaya. Es realmente el círculo perfecto, la espiral envolvente que arrastra tanto al narratario interno como externo.»[8]
Hasta el momento hemos nombrado a varios personajes de la novela, comentando algunas de sus características más peculiares. Sin embargo, consideramos que será sumamente interesante poner especial énfasis en la construcción de los personajes femeninos del relato, los cuales también representan una gran complejidad y riqueza a la hora de su análisis. Nos centraremos, principalmente, en los personajes de Mariana, Inés, doña Elvira y Beatriz.
Mariana es el principal personaje femenino de toda la novela, y su sola presencia hace girar las acciones de los otros personajes, entre los que destacan Manuel y Jacinto Solana. Mariana es vista por varios personajes como un objeto de adoración, al cual se le debe cumplir tributo. Medina, por ejemplo, en un fragmento de la novela caracteriza a Mariana como una de esas deidades que «no se enamoran de uno. Le sonríen, si acaso, desde su pedestal, le permiten que mire su fotografía como si fuera una estatua, le rozan distraídamente una mano en el café, le ofrecen un cigarrillo manchado de lápiz de labios.»
Teniendo en cuenta lo anterior, el Profesor Dorde Cuvardic García, de la Universidad de Costa Rica, considera que varios personajes masculinos de la novela observan a Mariana a través del ideal de la «belleza contemplativa», que considera a la mujer como un objeto erótico inalcanzable para el hombre. Es por ello que Mariana «queda convertida en una diosa del amor que incorpora el placer y la crueldad inherentes a su función.»[9]
Un punto sumamente interesante planteado por Dorde Cuvardic García, es el fetichismo presente en los personajes masculinos que veneran a Mariana. La ausencia del objeto amado se resuelve gracias a esta actitud fetichista del amado, que guarda la imagen deseada en dibujos y fotografías. En varios pasajes de la novela se comentan estas costumbres fetichistas de Manuel, que aún conserva el vestido de novia, los zapatos y el ramo de flores de Mariana. Las fotografías y los dibujos citados anteriormente, también aparecen con regularidad: la presentación de Mariana se realiza recurrentemente a través de estos objetos, que se encuentran presentes por todos los rincones de la casa. Estos objetos aparecen como una especie de refugio nostálgico de un pasado fuertemente idealizado que representa el tiempo vivido junto a la amada.
Inés mientras tanto, otro de los personajes femeninos más importantes de toda la novela, realmente cumple una función vital en el relato, pues actúa como un hilo conductor a lo largo de todas las intrigas que se suceden en la obra. Esta muchacha, presentada a través de un alto componente erótico, se mueve principalmente en espacios privados y cerrados, observando todos los acontecimientos que ocurren a su alrededor y comentándoselos a Jacinto Solana, el narrador de la historia. Este dato no es menor, pues Inés es la verdadera fuente de datos que posee Solana, configurando de esta forma una trama de compleja resolución.
Maryse Bertrand de Muñoz propone un interesante sistema de equivalencias entre la figura de Mariana e Inés. Esta idea parece reforzarse por la constante presencia de espejos a lo largo de toda la obra. Las mismas fotos y retratos, elementos que han sido nombrados anteriormente, así como las diferentes esculturas diseñadas por Utrera, aparecen cumpliendo esta función duplicadora en la novela. Una escena que perfectamente podría ejemplificar lo anterior, sucede cuando Minaya e Inés hacen el amor en la misma habitación que perteneciera a Manuel y Mariana, y en la cual compartieron escasas horas.
Otro personaje vital es del de doña Elvira, la madre de Manuel. Esta anciana intenta, por todos los medios posibles, detener la decadencia de su familia y la vergüenza de su hijo. Doña Elvira fue quien encargó la muerte de Mariana al escultor Utrera, dato sumamente importante a la hora de configurar un perfil de su personalidad.
Otro dato trascendental en la construcción de este personaje, refiere a los espacios en los que doña Elvira se mueve. Prácticamente en todos los fragmentos en los cuales la anciana es mencionada, su figura aparece habitando aposentos oscuros y decadentes. Doña Elvira también se mueve en espacios cerrados, en ámbitos privados que le impiden relacionarse con el mundo exterior. Teniendo en cuenta las características de su personalidad, es muy probable que este retraimiento se deba a un extraño sentimiento de dignidad y orgullo, lo cual termina configurando la imagen de un personaje con una alta complejidad psicológica.
El comportamiento de doña Elvira parece ser interpretado como altamente extravagante por el resto de los personajes, quienes la consideran por fuera de los problemas de la realidad. Sin embargo, su carácter la transforma en el personaje más influyente de la casa. La anciana conoce prácticamente todos los movimientos del hogar, y utiliza el chantaje de una manera cotidiana para lograr lo que desea.
Beatriz es otro de los personajes femeninos más importantes a lo largo de la novela. Esta mujer realmente se nos muestra enamorada de Jacinto Solana en los transcursos de la novela en los que aparece. Tal vez por eso mismo, por encontrarse siempre tan al alcance de la mano del poeta, Solana no logró valorar nunca, en su justa medida, el amor que Beatriz sentía por él.
Dorde Cuvardic García expone que «la Beatriz de Muñoz Molina se opone a la Beatriz de Dante. En Beatus Ille es un personaje que desmitifica el ideal de la belleza contemplativa, mientras que en La Divina Comedia es un personaje sujeto a esta idealización.»[10] Finalmente, en la vejez del poeta, Solana reconoce que siempre privilegió la imagen misteriosa que Mariana desprendía por sobre el evidente cariño fiel de Beatriz.

[1]Quint, Hariet, La estructura narrativa de la novela Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina.
[2]Ídem, pág. 3.
[3]Bertrand de Muñoz, Maryse, Relato metadiegético, intertextualidad y circularidad. Aproximación a Beatus Ille, de Antonio Muñoz Molina, pág. 1693.
[4]Ídem, pág. 1692.
[5]Quint, Hariet, La estructura narrativa de la novela Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina, pág. 1.
[6]Bertrand de Muñoz, Maryse, Relato metadiegético, intertextualidad y circularidad. Aproximación a Beatus Ille, de Antonio Muñoz Molina, pág. 1692.
[7]Ídem, pág. 1692.
[8]Ídem, pág. 1698.
[9]Cuvardic García, Dorde, La desmitificación de la imagen femenina de la belleza contemplativa en Beatus Ille, pág. 4.
[10]Ídem, pág. 8.

 
BIBLIOGRAFÍA:
-Bertrand de Muñoz, Maryse. Relato metadiegético, intertextualidad y circularidad. Aproximación a Beatus Ille, de Antonio Muñoz Molina. Disponible en:
http://cvc.cervantes.es/obref/aih/pdf/10/aih_10_2_081.pdf
-Cuvardic García, Dorde. La desmitificación de la imagen femenina de la belleza contemplativa en Beatus Ille. Disponible en:
http://www.tec.cr
-López de Abiada, José Manuel y López Bernasocchi, Augusta. Para una cronología de Beatus Ille. Disponible en:
http://www.anmal.uma.es/numero15/Abiada.htm
-Quint, Hariet, La estructura narrativa de la novela Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina. Disponible en:
http://www.ucm.es/info/especulo/numero27/beatus.html